Guillermo Ruiz Pérez
Aborto: ¿Creemos lo que pensamos?
19 de diciembre de 2013
Aborto: ¿Creemos lo que pensamos?
Charla-debate sobre el aborto desde diferentes perspectivas
Nada más abrirse la veda que plantea este debate, todos afirmamos que, pese a ser casi de una actualidad pasada y que roza la pesadez, no somos capaces de llegar a un consenso común. Y, sin embargo, exigimos a los encargados de la legislación que apuren nuestros intereses, cuando ni siquiera en una chachara vespertina de compadres de bar de tres al cuarto podemos ponernos de acuerdo. El tema, a su vez, plantea dilemas que muchas veces ni el defensor de un punto claro es capaz de establecer una argumentación coherente, y mucho menos si la mayéutica del otro interlocutor roza niveles de excelencia y pone contra las cuerdas el pensamiento más consciente de uno mismo.
De esta manera, debemos plantearnos si incluso lo que nosotros creemos somos capaces de defenderlo, pues la credibilidad y veracidad de una postura radica de la capacidad del sujeto de mostrar unos argumentos firmes que no enturbian su razón. Pero esto no es pecata minuta: ¿por qué, una vez razonada y meditada tu opinión sobre esta cuestión, no somos capaces de atar todos los hilos que conciernen una idea evidente sobre qué opino y cómo planteo mi defensa y argumentación?. Y es que el problema está en la presencia de demasiados elementos que nos confunden y no nos dejan ver el debate interior con claridad. Hemos escuchado mil y una opiniones acerca del la legitimidad del aborto en televisión y prensa, millones de argumentaciones que no se salen del tiesto de la demagogia y cuyo populismo, en demasiadas ocasiones, retrasan la deliberación, más que avanzarla, sin obviar la duda incesante que siempre he tenido sobre hasta qué punto sabe y conoce la gente que opina sobre el tema. El debate tiene varias puntos muy claros y que no deben estar a la sombra de oposiciones sin sentido y verdades infundadas. De estos puntos, uno puede aclararse universalmente y el resto vamos a tratar de debatirlos, aunque radican de la razón más personal de cada uno y no deben estar heterónomamente condicionados por nada.
1.Biología del desarrollo: por qué no hay debate en la embriología y sobre qué son esas células.
Empezamos por el apartado puramente científico. Ciertamente, hay veces, y no son pocas, en que la ciencia y su avance plantean dilemas morales de un carácter extremadamente delicado. El desarrollo tan enorme que tenemos hoy en día de las ciencias tanto tecnológicas como biológicas permite llegar a fronteras éticas insospechadas un siglo atrás. Con respecto al tema del aborto, en muchas ocasiones sale en las tertulias la dubitativa sobre qué son verdaderamente esas células, cuestión que no podría haberse formulado años atrás.
Lo que es innegable, desde el punto de vista más descriptivo, es que son un montón de células. Desde las dos iniciales hasta los billones que conforman un adulto: no somos más que un equipo perfectamente organizado de células. Este argumento, a su vez, es certero hasta cierto punto: tiene validez hasta que se considera algo tan esencial como que un adulto también es un grupo de células, aunque de mayor número.
Sin embargo, no hablamos de células cualquiera. No son células de la piel, ni de musculatura ni neuronas como podamos tener en muchas partes de nuestro organismo. En el momento en que se unen espermatozoide y óvulo no se forma una única célula, sino dos, que no tienen nada que ver con el espermatozoide y óvulo previos: es un organismo nuevo, irrepetible y exclusivo. La pregunta es ¿qué tienen de especial estas células que no tienen las células de mi lengua, por ejemplo? Tras la fecundación surgen dos células nuevas con material genético nuevo y único y con una capacidad específica que llamamos totipotencia. Esta cualidad permite a la célula diferenciarse en cualquier células perteneciente al organismo. Por tanto, estas células van a conformar un organismo más complejo, mediante multiplicaciones exponenciales y diferenciaciones escrupulosamente reguladas. Y este proceso está ya iniciado e inevitablemente va a producirse ese camino de diferenciación, y nada (salvo una patología específica) puede frenar el desarrollo, al igual que no podemos dejar de respirar, el corazón de latir o cortar la vía visual: es un proceso biológico como otro cualquiera, aunque de rasgos complejísimos y una importancia desmesurada.
Por tanto, ya hemos descrito biológicamente el contenido de estas células, pero nos vamos a centrar en lo que le hace a la célula ser: el material genético. ¿Sabemos de verdad de qué hablamos cuando usamos términos como ADN, información genética…y demás? Ahora vamos a tratar de explicarlo. Sencillamente, el material genético que contiene el núcleo de una célula no es más que el manual de instrucciones de actuación de esa célula. Es la información que guía cualquier proceso celular: metabolismo, diferenciación, apoptosis… Todo cuanto dicha célula se supone que debe hacer y la función que va a desarrollar está perfectamente guiado por la información que contiene y que es exactamente igual en todas las células, solo que cada una usa la parte que le es específica. Así, las células estomacales desarrollarán la capacidad de excreción de enzimas digestivas, las neuronas se encargarán de la transmisión del impulso nervioso, etc… Y, ¿de dónde proviene esa información? Ese material genético proviene exclusivamente de la carga genética que contenía el espermatozoide y el óvulo tenidos en cuestión. Consideremos un símil en este momento: imagínese que tenemos una enorme biblioteca con millones de ejemplares. Esta biblioteca está perfectamente ordenada y cada calle tiene sus libros correspondientes a la materia que sea (una calle para los libros de historia, otra para literatura y así con todas). En cada estantería de cada calle consideremos una igual organización. Así, tenemos una enorme sala llena de información perfectamente ordenada y lista para usarse. Eso es el material genético dentro del núcleo de una célula corriente.
Entonces, vemos que cada libro contiene la información necesaria para el funcionamiento de una parte muy concreta del organismo: el libro 576 de la calle 398 indica cómo debe ser la proteína encargada de la pigmentación del iris, por ejemplo. Sin embargo, nos damos cuenta de que por cada aspecto concreto del organismo (como el color de los ojos, como acabamos de decir) no es que haya un único libro que contenga toda la información, sino que hay dos libros y cada uno contiene una información completa sobre el color de los ojos pero diferente a la que hay en el libro parejo. De este modo, hacemos una analogía: un libro nos lo transmite el óvulo materno y el otro libro nos lo transmite el espermatozoide paterno. Por tanto, tenemos un libro paterno que contiene información para ojos verdes y otro materno que la contiene para ojos marrones. Así, ambos libros pueden complementarse entre ellos, dando lugar a ojos verdes (si predomina el del padre) o marrones (si predomina el de la madre). Esto es, a grandes rasgos, la gestión del material genético en la transmisión de progenitores a la descendencia.
Dejando un poco de lado las matizaciones oportunas sobre la biología genética, lo que a nosotros nos importa aquí es lo siguiente: esta biblioteca es única e irrepetible. No existe ni existirá otra biblioteca semejante a esta. Así, el nuevo individuo que surge tras la fecundación tiene la característica más esencial que tenemos todos los organismos complejos y es que nuestro material genético es exclusivo y no volverá a existir otro organismo con la misma carga genética. Toda la información que tenemos en nuestras células y que nos configuran como organismo tienen la misma información que tenían aquellas dos células que surgieron tras la fecundación. Por tanto, ese pegote que llega al útero y se implanta, conocido como blastómera, es un ser humano nuevo y de ello no hay duda. En este punto no hay debate: tras la fecundación hay un nuevo ser humano que inevitablemente adquirirá una organización humanoide y, biológicamente, ya existe como ser humano.
2.Ética: qué es un ser humano y qué es una persona. La libertad.
De este modo, ya hemos aclarado una parte importante del debate que nos enturbiaba la esencia del tema: ¿de qué estamos hablando? Indudablemente, de un ser humano. Sin embargo, no es inusual, en la vida diaria, plantear una sinonimia entre las palabras ser humano y persona. En cualquier conversación diaria alternamos ambos conceptos como si de lo mismo hablásemos y no hacemos aclaración alguna al respecto. La lengua española, por fundamentos de base, trata de economizar al máximo cualquier sinonimia total que se de entre palabras, por lo que entre estos dos conceptos hay matices que nos van a permitir indagar un poco más y esclarecer algunas incongruencias.
Primeramente, vamos a definir qué es un ser humano, puesto que de los dos términos, parece ser el más objetivo. Sencillamente, entendemos ser humano como un individuo biológico perteneciente a la especie Homo Sapiens. El fenómeno fundamental por el que se organiza a un ser vivo dentro de una misma especie es la capacidad de reproducirse entre ellos y dar una descendencia fértil. Así, tenemos que el concepto ser humano atañe más concretamente a una denominación puramente objetiva y biológica de lo que es un sujeto humano. En demasiadas ocasiones se nos olvida algo muy esencial: somos animales. Somos seres vivos del reino animal y parte de una naturaleza existente previa a nosotros y, seguramente, posterior. Pertenecemos a una especie que basa su desarrollo fundamentalmente en la evolución de un sistema nervioso de características excelentes que nos facilitó una organización como grupo y un avance desmesurado con respecto a otras especies animales. Y en esto no hay duda: somos conscientes del papel que nuestra especie tiene en la Tierra y hacemos uso de nuestra posición para adaptar el medio de la manera más útil posible para nuestro beneficio. Aun así, muchas veces obviamos diversos argumentos que rebajan un tanto nuestras pretensiones intelectuales como especie. El mantenimiento de la biosfera está por encima de cada individuo. Nuestra naturaleza no está diseñada para optimizar a cada uno de sus integrantes sino para mantener el gran sistema en equilibrio perfecto. No hay razón de ser de la gacela sino para desarrollar su capacidad herbívora, tener descendencia y ser comida por el guepardo de turno que la divise en medio de la sabana. Esto es una base de conocimiento natural que todos conocemos. Aparentemente, pensarán que dista de nuestra cuestión (el aborto, como tema del ensayo) pero está más cerca de lo que creemos: cuando hablamos de aborto y fecundación hablamos de la esencia más pura de la biología humana y, prácticamente, como la única función que la madre naturaleza nos estimaría como especie. La reproducción es la concepción más alta y, a su vez, más increíble de lo que es en esencia la vida, entendida como un fenómeno ulterior.
Así, tradicionalmente hemos estudiado en el colegio que nuestro proceso vital consta de nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte. Si nos fijamos bien, de los cuatro puntos que hemos dicho (nacer, crecer, reproducirse, morir), tres son de desarrollo involuntario y, en esencia, poco o nada tiene que hacer el ser humano tomado en cuestión sobre dichas etapas vitales suyas. Así, ninguno de nosotros intervenimos en nuestro nacimiento ni tenemos ninguna actuación en nuestra concepción, ni en nuestro desarrollo embriológico ni en la salida del vientre materno. De la misma manera, nadie determina su proceso de crecimiento entendido como un inicio y fin de la conformación óptima del cuerpo humano (mucho más allá de estar más o menos flaco por comer mucho o poco). Cada uno de nosotros, desde que nace hasta que llega aproximadamente a los veinte años, está en un proceso continuo de construcción corporal y mental, y sobre ello no tenemos una decisión voluntaria. Por último de los tres, pese a las pretensiones endiosadas de la comuna científica, tenemos bastante que hacer con retrasar la muerte pero absolutamente nada con ella misma: es absolutamente inevitable e involuntaria (aclararemos que hablamos de los principios y no de casuísticas: evidentemente una persona fuera de sus cabales puede acabar con su vida, pero estas situaciones anómalas nos enturbian la cuestión. Por otro lado, tampoco temas como la eutanasia, pues no deja de ser un adelantamiento del suceso y no una intervención en el mismo).
Por tanto, tenemos encima de la mesa una única función básica como ser vivo en la que tenemos mucho que decir. Es evidente que el fenómeno de reproducción está absolutamente determinado por la voluntad. Así, se reproduce quien quiere hacerlo y no tenemos ninguno la coerción por parte de nada de salirnos de la propia voluntariedad del acto. Es nuestra capacidad de decisión la que determina si queremos cumplir con ese requerimiento natural o evitarlo. Y en este punto es donde comenzamos a tener algunos dilemas morales.
Poco debate cabe esperar en este apartado descriptivo previo de la naturaleza humana, aunque sí creía la necesidad de comentarlo. Tenemos ya una idea más o menos clara de lo que puede ser un ser humano, de las funciones que le corresponden y de qué papel juega en la biosfera; ahora nos encargaremos del segundo término en cuestión. Para empezar, piense antes de leer más allá en la siguiente consideración y trate de respondérsela: ¿Qué cualidad es la que posee un ser humano que le da la denominación de persona? A esta pregunta se le ha tratado de dar respuesta desde la Grecia de Sócrates hasta el liberalismo contemporáneo, pasando por cientos de filósofos que no han hecho sino sumar a este debate que, probablemente, nunca llegue a consenso (como cualquier cuestión filosófica). Además, dicha característica que respondería a la pregunta debería ser otra diferente a las que hemos comentado en el apartado “ser humano”, pues debe ser diferenciadora, ya que de otra manera estaríamos igualando ambos términos. Nuestro debate sobre la interrupción voluntaria del desarrollo del feto, en principios, radica de esta pregunta ¿qué hace a una persona ser persona? Y, a partir de ella, se reformulan otras como: cuál es el examen moral del acto, hasta qué semana se puede abortar, hasta qué punto tiene la madre la potestad de la decisión, qué papel juega el estado y la legislación, etc… Esta importancia de esclarecer el concepto se basa en que todos los términos que tratamos en el debate parten de él, ya que libertad, igualdad, voluntad, respeto, vienen de la raíz de la concepción de la idea de persona.
Kant siempre insistió a sus alumnos que pensaran por ellos mismo, que discerniesen, que no se conformasen con teorías de estudio marcadas y trabajaran por tener una concepción propia sobre cuestiones que atañen la vida humana. En cuestiones como la que nos concierne, que es el aborto, donde se cuestionan principios básicos de la ética, es esencial ser capaz de conformar un pensamiento y opinión propios, por lo que hemos de parar un momento y pensar personalmente en qué hace a una persona serlo y, a partir de ahí, podremos debatir más clarividentemente el papel de la madre, del respeto a la vida del feto, de la voluntad de los progenitores o de por qué merece ser regulada este tipo de actuación.
En primer lugar, vamos a considerar la libertad como cualidad primaria. El ser humano deja su condición de animal en el momento en el que se le considera por encima de sus instintos y es capaz de plantear una voluntariedad de sus actos. Consideramos a la libertad como una cualidad inalienable de la persona y, a partir de ella, derivamos cualquier concepción de respeto, igualdad, integridad, deberes y derechos. Podemos establecer que la libertad confiere al ser humano su consideración como persona, sin embargo, hay una pregunta que no deja indiferente ¿el hecho de tener libertad nos da la nómina de persona o el hecho de ser persona nos infiere una libertad intrínseca? En otras palabras, ¿está antes la libertad que la persona o al revés? Además, como hemos hablado de la voluntariedad de la actuación humana, inevitablemente tenemos que considerar la razón para poder basar el presupuesto. No cabría hablar de una voluntad y una libertad si no es en términos de una reacción y decisión discernida previamente y que plantee una capacidad de elección personal, y esa decisión radica de la propia razón humana.
De este modo, tenemos tres conceptos (razón, libertad, persona) enlazados en espiral y de difícil esclarecimiento, que trataremos de ordenar en la manera que podamos. En esos conceptos se han basado la mayor parte de los argumentos que sustentan una ética universal y una concepción global de una moral que establezcamos como “posible” acuerdo de conciencia (como pueden ser los derechos humanos). Sin embargo, primero hemos de plantear específicamente el debate que nos atañe para ir desgranando los términos.
Primeramente, hablemos de un argumento muy común en la defensa de la legalidad del aborto, y ese es el respeto a la libertad de decisión de la mujer. Una respuesta muy libertaria (si es que encaja ese término aquí) es no intervenir en la decisión de la mujer. Si tuviéramos que redactar una oración que comprimiera este pensamiento, podríamos decir: la mujer es una persona y por ello posee una libertad intrínseca que, haciendo uso de su razón, tiene la capacidad de ejercer una voluntariedad en sus actos y debe ser respetada. Este argumento parte de la libertad de la madre y aquí hay que preguntarse lo siguiente: cuando hablamos de libertad, ¿qué es realmente la libertad y hasta que punto podemos decir que un acto es libre? Hay que considerar que no se entiende un concepto de libertad si no es en términos de relaciones humanas entre individuos semejantes, por lo que la concepción palurda de hacer lo que se quiera entraña demasiadas incongruencias. De este modo, por la influencia en el pensamiento contemporáneo, vamos a aludir a Kant para tratar de dar respuesta a ello. Verdaderamente podríamos hablar de muchos más filósofos que también han hablado de libertad y persona, pero he hecho este apoyo en la filosofía por buscar algunas de las respuestas que queremos, con las que podemos estar más o menos de acuerdo, pero que son respuestas. Vuelvo a repetir, ni Kant ni ninguno de nosotros tiene la verdad absoluta, así utilicen estos pequeños argumentos para poder pensar sobre el tema. Todo el ensayo tiene la pretensión de ser una excusa para pensar, no de plasmar una verdad.
Para Kant, actuar libremente es actuar conforme a un ley que me doy a mí mismo. Plantea la diferenciación entre una actuación autónoma y una heterónoma. Entendemos autonomía, en términos kantianos, a la actuación que está indeterminada desde fuera, que únicamente procede del discernimiento personal y que está movida únicamente por la voluntad de la persona. Por otro lado, en contraposición, una actuación heterónoma es aquella que está condicionada externamente, impulsada por un propósito ajeno al individuo. Para Kant, la única verdadera y libre es la autónoma, por lo que es la que vamos a tener en cuenta. Sin embargo, no queda aquí el razonamiento. Para acotar la libertad tenemos que hablar de una consideración más: principio de universalidad: actuar de forma que puedas a la vez servir como conducta universal. De esta manera, este principio actúa como juez de los actos. Tenemos así que actuar libremente es actuar conforme a una ley que me impongo a mí mismo y que a la vez considero que puede ser universalizable.
Sin embargo, estas cualidades que brotan del término libertad y que tratan de acotar el concepto, no resuelven una reflexión que va más allá de la misma persona, porque ¿por qué razón debe ser respetada la libertad? ¿Qué consideración debemos evidenciar para legitimar el respeto hacia la libertad del semejante? Si lo pensamos detenidamente, cualquiera, incluso usted mismo, habrá abogado en algún momento al respeto que otros le deben a su pensamiento, opinión y actuación, pero quizás no se haya planteado nunca el origen de esa aseveración. ¿Por qué tenemos que respetar la libre actuación del otro? Para ejemplificarlo, vamos a indagar en un caso práctico: ¿han pensado alguna vez por qué es socialmente aceptado que el hecho de mentir no está bien? ¿Por qué actúo incorrectamente si miento a otra persona? La respuesta a esto puede volver a residir en la libertad: soy una persona libre y mi libertad circunscribe un respecto natural y, si alguien falta a la verdad en su trato conmigo, está vulnerando el respeto. que merezco como persona. Sin embargo, esa respuesta sigue sin iluminar la verdad de la legitimidad del respeto. Así, “Obra de tal modo que tomes a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca meramente como un medio ” (Kant). De esta forma, planteamos que en el momento en que estoy mintiendo a alguien estoy usando a esa persona como medio para poder alcanzar un propósito personal que, aun siendo aparentemente justo, yerra en la propia concepción de libertad. Vemos que Kant asienta la importancia de la acción en el motivo de dicha acción y no en las consecuencias de ellas, y el dicho motivo no debe ser otro que el deber: “Una buen deseo o motivo no es bueno por las consecuencias que derivan de él, es bueno en sí mismo. Incluso si tras un enorme esfuerzo de ese buen motivo no resultara nada, aun brillaría como una joya por su propio valor, como algo que tiene valor completo en sí mismo” (Kant)
Por tanto, inevitablemente en el argumento sobre la libertad de la madre a decidir, choca de frente un pilar básico de esa libertad entendida de forma general: no cabe un acto libre que no trate a la otra persona como fin y no como medio para conseguir cualquier otro propósito personal, aunque esa actuación sea autónoma. Pero claro, volvemos al problema anterior: ¿es una persona ese feto?, ya que si no lo es no podemos hablar de libertad y si sí lo es, el aborto es absolutamente condenable desde una perspectiva que respete la libertad en sí misma: uso al feto como medio para conseguir mi propósito de evitar la maternidad, que por otro lado he elegido yo voluntariamente (véase el aparta previo cuando hablábamos de la voluntariedad en la función de reproducción). De este modo, ¿dónde está el límite entre ser humano y persona o, si lo llevamos al extremo, entre células y persona?. Y sólo contestando a esa pregunta podremos considerar la validez moral de esta práctica.
En este momento podemos acudir al tercer término que habíamos considerado: la razón. Hablamos de que una persona es libre en sus actos porque posee una racionalidad innata que le confiere la capacidad de actuación. Por tanto, es una característica de pura conformación humana la que nos da la categoría de persona y la libertad intrínseca a ella. Podemos volver a la afirmación de antes: la mujer es una persona, que posee razón, por lo que es libre en su actuación y ello la hace respetable. Sin embargo, este argumento roza lo grosero, porque la negativa se nos planta delante casi nada más pronunciarlo: entonces, ¿una persona fuera de su capacidad racional no es persona? (consideremos a un enfermo psíquico, por ejemplo, o físico hasta el punto que afecte a su racionalidad). ¿Dónde ponemos la línea que lo delimita? ¿Hoy esas células son una persona y ayer no lo eran? Porque si consideramos a la razón humana como instancia última poseedora de la cualidad más pura de la persona, que es la libertad, privamos a cualquier humano carente de razón, por infortunio embriológico o de otro tipo, de su innato derecho a considerarlo como persona, y establecemos una línea dentro de nuestra propia sociedad y no solo entre la semana veintitrés y veinticuatro del desarrollo. Y, por tanto, ni el feto, ni el bebé nacido ni un enfermo psíquico adulto gozarían de la distinción de persona, ya que ninguno de ellos puede ejercer voluntariedad en sus actos.
El punto de encuentro entre los conceptos ser humano y persona nos plantean el debate más original sobre el aborto y, contestando a esa disyuntiva, seremos capaces de plantearnos una opinión elaborada al respecto. Además, ni siquiera hemos considerado la palabra del padre de la criatura, que, bien pensado, debe tener tan poca o mucha validez como la de la madre, pero en la calle parece no tener cabida (aunque les pido que piensen en ello). Este debate, que parece estar a la orden del día en muchas tertulias, se enturbia con demasiada facilidad, sin más causa que la demagogia de los interlocutores o la falta de interés en reflexionar sobre las verdaderas cuestiones que nos plantean dilemas morales como el que nos concierne. Nos estrellamos con muchas preguntas y pocas respuestas, pero la virtud del filósofo (entendido etimológicamente como “amigo del saber”) está en ejercer de abogado del diablo en su propia mente y preguntarse cosas, aunque encuentre ínfimas respuestas que improbablemente le solucionaran el dilema.
3.Política: la legitimidad del estado. Justicia.
En todo este embrollo, casi de paradoja abstracta, se recuesta la política. Aquí vamos a tratar el término justicia, identificándolo como “la actuación más verdadera que pueda llevar a cabo el estado” acerca de este tema. Como es natural, del estado (entendido como organismo encargado de repartir la justicia en una sociedad) es difícil que salga verdad. No por el hecho de que algo sea ley tiene que ser justo. Ni muchísimo menos. Por tanto, nos preguntamos: ¿de dónde viene entonces la legitimidad de una ley si no es de la justicia? Por otro lado, podríamos preguntarnos incluso ¿debe el estado regular esta práctica?, ¿dónde está el límite de la ley, en la semana veintidós o en la veinticuatro? o, por ende, ¿tiene capacidad del estado para determinar cuando un ser humano es persona y cuando no? Demasiadas preguntas que iremos pensando.
Empecemos por lo más básico: ¿debe el aborto ser legislado? Esta pregunta entraña dos respuestas simples: sí o no; el problema está en porqué sí y porqué no. Comenzamos por el no. El liberalismo, en su alegato a favor del Estado mínimo, aborrece fervientemente el paternalismo por parte de este, es decir, reniega de cualquier práctica estatal que intervenga en las decisiones morales de los ciudadanos. El gobierno no debe decirnos qué está bien y qué está mal. Los liberales se oponen a las leyes que protegen a las personas del daño que pueden hacerse a sí mismas: mientras no haya terceros perjudicados, el estado no tiene legitimidad alguna para prohibirme una actuación en la cual yo soy el único ejecutor y perjudicado (o beneficiado). Un ejemplo de ello es el casco de la moto o el cinturón de seguridad: aunque ir en moto suponga una asunción de riesgo brutal por parte del conductor, el estado no es nadie para cohibir a ese sujeto, siempre y cuando su acto no afecte a terceros (en nuestro sistema español actual esta comparación no tiene cabida porque, aunque ese sujeto no dañase físicamente a nadie, el hecho de su hospitalización y demás trámites le cuesta dinero al estado, es decir, a cada contribuyente). Así, según esta argumentación parece que no debería de regularse el aborto ya que una ley no debe determinar la moralidad de una actuación. Sin embargo, este argumento previo fracasa absolutamente cuando nos damos cuenta de que, siendo así, podría abortarse incluso en el séptimo mes, algo con lo que dudo esté alguien de acuerdo. Por tanto, la respuesta libertaria parece tener una contradicción, algo que es falso pues la tendría sólo en el momento en que considerase que el feto es persona a partir de un cierto día. Y cierto día sería cuando la ley comenzaría a tener validez. El estado, por tanto, debe garantizar el respeto a la libertad y no intervenir en la moralidad de las acciones. En el momento en que ese feto sea considerado persona, al no tener capacidad de defensa, el Estado debe garantizarle que su libertad no va a ser violada determinando su muerte por parte de sus progenitores. El feto es ya una persona y el aborto sería un parricidio.
Si lo pensamos detenidamente, a partir del no hemos llegado a que sí debería ser legislado. En esto casi estamos todos de acuerdo. Donde comienzan las disputas es en a partir de cuándo. Es decir, ¿por qué puede abortarse un día y el día próximo no? Porque, en el momento en que una ley indica específicamente una semana máxima para el aborto, está determinando fríamente el momento exacto en que un grupo de células pasa a ser persona. Está estableciendo un punto de partida, a partir de no se qué argumento, pero lo está haciendo. Se permite el lujo de condicionar la existencia de una persona y acotarla. Y así volvemos a aquella pregunta: ¿qué hace a un ser humano ser persona?
Hemos puesto un argumento sobre el cual se le otorga al estado cierta legitimidad en la legislación: la libertad de ese feto, ya persona a partir de un concreto momento, debe ser protegida y, siendo ya un caso de asesinato (aunque sea estridente), el estado debe condenarlo. Pero, pensándolo bien, este argumento está sostenido sobre pilares de dudosa consistencia, pues se basa en una respuesta a la pregunta con la que acababa el párrafo previo, y es tan pretencioso que el estado dé una solución a aquella pregunta, que solo permite elaborar una ley sustentada en populismo, demagogia y morralla política que recorre la odisea de las urnas, únicamente.
Por otro lado, podemos dar un segundo argumento que, desde el punto de vista de sus defensores, legitima firmemente al estado, y este es un argumento utilitarista. “The greatest good for the greatest number” (“El mayor bien para el mayor número”) defendía Jeremy Bentham, padre del utilitarismo. El utilitarismo considera que las leyes son justas en función del beneficio que causen a la mayoría. Una acción está legitimada siempre y cuando, tras deliberar sobre sus consecuencias, garantice que la mayoría de las personas a las que afecta va a ser más feliz. Y esa felicidad de la mayoría no puede estar enturbiada por la infelicidad de la minoría, ya que por el hecho de ser mayoría, los primero legitiman esa actuación (o ley). Por ejemplo, un utilitarista defendería la prohibición del matrimonio entre personas del mismo sexo si esa práctica estuviese condenada por la mayor parte de la sociedad en cuestión, aun obviando la infelicidad de la minoría homosexual. Esta, muchas veces, es la esencia de una democracia mal enfocada, que puede llevar a una sociedad a estar sumida a leyes que, por el hecho de que la mayoría la defiendan, estan legitimadas, aun careciendo de justicia. Y este es el fallo del utilitarismo que, pese a dar respaldo al estado, obvia una cosa: la minoría tiene derechos intrínsecos que no pueden ser violados ni en favor de optimizar la felicidad y el bien de la mayoría. Aquella persona que está en la minoría, por el hecho de estarlo, no tiene por qué estar sumida a las deliberaciones de la mayoría. Por tanto, aunque la ley a favor del aborto estuviese respaldada por el manso de la población, aun habría resquicio para criticarla profundamente, siempre y cuando (otra vez) consideremos ser humano y persona como sinónimos, ya que de cualquier otra manera, parecería estar justificada la ley.
En definitiva, todo lo que podamos pensar acerca de esto tiene otra cara que nos quiebra la postura. Ninguna de las consideraciones parecen convencer a todo el mundo y, como es evidente, no resulta más que una ley hecha de aquella manera y que no convence ni a unos ni a otros, como casi todo lo que se legisla especialmente en España. Este ensayo podríamos alargarlo a miles de folios, ya que me hubiera gustado hablar de la madre más detenidamente, de si queda o no limitada la libertad de una mujer cuando es madre, del papel del padre, de la psicología tras el aborto, de estadísticas internacionales sobre el tema, de muchos más filósofos, etc…Pero el objetivo de este escrito es, más que terminar el debate, empezarlo, pero de una forma más organizada y tratando de ultimar las deliberaciones hasta la razón y no creernos posturas ya moldeadas, sino opiniones propias con defensas particulares y, siempre, expuestas a mejora y escucha de los otros.